Monday, August 13, 2018

Cuba Ah! by Luis Arreguín

Two weeks before departure I began watching the recommended documentaries of Cuba to get an idea of what the trip would be like. Havana was the center of attention in most of the documentaries and that’s where we landed on Saturday July 7th 2018. We stayed in houses near the Granma memorial, it was a very good location since everything was within walking distance. That night of arrival we dined at a restaurant that had live jazz music, it was a lovely experience. The next morning we all went on a tour of the museums and historical architectures that stand out there in Havana. Around 1pm we had lunch at a restaurant near the Plaza de la Catedral, that’s where I tasted the best lobster dish ever. Later that night we went to the Fábrica de Arte Cubano, which is a bar, restaurant, club, theater and museum all in one. Definitely a place I would visit again and recommend. The classic cars and the architectures in Havana are with no doubt also two of my favorite things from this city.
            Monday morning we traveled to what was going to be our homes for the next ten days, Matanzas. Matanzas? Matanzas... What could be so good about this place our professor was always bragging about? I guess you’d have to actually go to understand why people fall in love with it. The historic city of Matanzas lives at a much slower rhythm of life if compared to Havana. Matanzas is calm and peaceful, and you don’t have tourists walking everywhere being chased by locals trying to sell them anything. Matanzas is the real deal, if you want a taste of the Cuban life style there you have it. Our group was received at Ediciones Vigía, we met some of the Cuban writers who we were going to translate for and also the people working there at Vigía. That same after noon we received a small tour of the city and settled in our new homes.
            Tuesday July 10th was the first official day for our translation work shop. Ediciones Matanzas was assigned for our first week and Vigía would follow. I soon became aware of the importance and transition in translating someone else’s work. I had been translating all my life but never before at this stage. Translating is not just switching words from one language to another, translating is giving life to a phrase or sentence in a way that the words maintain the same essence and atmosphere created by the author. I really enjoyed working in this work shop and look forward to seeing our work printed and published.
            The days passed and it was time to finally go the beach of all beaches, Varadero, or Varavida as I like to call it. Varadero was an incredible experience. The clearest and cleanest beach I have seen in my life, truly amazing! I cannot talk about Varadero and not mention that on the Saturday we were there a couple of the students and I went out that night looking for a club that had been recommended to us. By accident we ran in to the “Jasone” Varadero Festival, a typical Jazz and Son festival were we got to see celebrity Gilberto Santa Rosa in action. Out of this world!
              Sunday July 15th we left Varadero and arrived once again in Matanzas. That night we attended a live theatre show given by Teatro el Portazo. The show was very professional and the actors were great. Some of my fellow classmates mentioned how that would be show quality seen on Broadway. That Monday we said good bye to Ediciones Matanzas and they hosted the presentation for the book that was translated the past summer by UH students. Here, that cycle ended and ours began. If everything goes well our stories will be read and shared the summer of 2019. The next day we relocated to Ediciones Vigía, and I can personally say that I became very good friends with certain people that work here. We would see each other basically all day, and at night we would hang out and play games and chat, I know for a fact that these are memories that will last a life time.
            The day for departure finally arrived. A part of me felt sad and wanted to stay longer, but the other part was happy and thankful for such a great experience and new it was time to head home. The two weeks I spent in Cuba are and will always be unforgettable. The friends I made in Cuba are unique and unreplaceable. Live, Love Cuba.  
                    

       

Cuba: sinónimo de libertad



Diez minutos, veinticinco minutos, cuarenta, una hora y mis maletas no aparecían. Yo veía cajas y cajas envueltas en plástico verde, bolsones, carriolas, utilería médica, televisores. La escena se volvía caótica conforme la multitud aumentaba por los vuelos que continuaban llegando de diferentes partes del mundo. El barullo, en una mezcla de idiomas, se escuchaba cada vez más fuerte. Los extranjeros exaltados, pero los que volvían a casa emocionados, platicando casi a gritos mientras buscaban su equipaje. Y pensé: maletas o no maletas, ¡ya estoy en Cuba! No pasó mucho tiempo cuando al fin, aparecieron las dos piezas de equipaje. No conocía a Javier, solo sabía que tenía que buscar a un hombre joven que vestía un pullover verde con letras amarillas. Debí suponer que diría Brasil, pues estábamos al principio de la temporada de la copa mundial de futbol.  Asimismo, él, solo sabía que había que localizar a una mexicana vistiendo un pullover rojo (pullover es como les llaman a las camisetas en Cuba, palabra adoptada del francés). Por fortuna, que siempre me sigue, fue a él a quien vi primero, justo cuando salía escabulléndome entre maletones, cajas, adultos, niños y uno que otro animal. Ambos nos reconocimos al instante. Mientras él iba por su auto (un Lada 1978), yo observaba emocionada el movimiento en el aeropuerto, asimilando el cambio de tiempo y espacio. Mientras, la brisa caliente me daba la bienvenida. En nuestro camino hacia La Habana vieja, Javier me preguntaba que sabía yo de Cuba y cuál era el motivo de mi viaje.  Siempre he tenido admiración por Cuba y su gente, pues conozco la historia y las adversidades que han tenido que superar. Tengo amistades cubanas en Estados Unidos, mismas por quien llegué a Javier; disfruto mucho su forma de ser, la felicidad con la que platican de la isla, su sencillez, ese acento bello que puedo escuchar por horas y horas. A Javier le dio mucho gusto saber que mi visita se debía a un viaje de estudios y comenzó a compartir conmigo su opinión acerca de la situación en su país. Javier tiene la libertad y posibilidad de viajar al extranjero y se da cuenta de cómo sus amigos exiliados han cambiado y viven anhelando poder gozar de su tierra, así que él prefiere vivir en ella y eso lo mantiene feliz. Antes de dejarme en el hostal, me llevo a dar un recorrido por la ciudad. Así comencé a enamorarme de toda esa belleza. Ya por mi cuenta, en cuanto dejé mis maletas, me dispuse a caminar y absorber un poco más la cultura que me abrasaría por las siguientes dos semanas. Después de una nieve de coco en su cáscara y una larga y tendida platica con Don Simón (un viejito cubano que se dedica a alimentar a las decenas de gatos que ahora viven en el Parque de Paseo Obispo), ya me sentía en casa. Tuve tiempo de curiosear en algunas tiendas y conocer cómo se efectúa la comercialización de los productos que llegan a la isla, lo cual fue muy interesante. Llegada la noche, la profesora había hecho planes de llevarnos a cenar y a escuchar un poco de música, así que nos dirigimos a un restaurante popular ubicado a unos cuantos kilómetros del hostal. Que tesoro tan valioso tiene Cuba tan solo con sus músicos, y para mi sorpresa, el jazz es rey. De regreso al hostal fue fascinante ser parte del folklor en el malecón: parejas de enamorados, gente bailando, uno que otro solitario disfrutando de la brisa que refresca las noches en la bella Habana.  Al día siguiente, dimos un recorrido a pie por diferentes zonas de la ciudad, comenzando por el Capitolio, proyecto que se comenzó en 1926 bajo la presidencia de Gerardo Machado y que después de la revolución de 1959, cumple con la función de Ministerio de Ciencia y Tecnología de Cuba. De ahí pasamos al área de Jesús María, uno de los barrios más populares de la farándula, de donde salen las imágenes que vemos en videos, películas y publicaciones de ese tipo; mismo barrio donde reside nuestra entusiasta y bella guía,



Beatriz Montaña, quien me comentaba, mientras caminábamos por esas calles coloniales, que el gobierno es quien decide cuales son los edificios a remodelarse, los colores y materiales que se usarán para la remodelación, el cómo y el cuándo, razón por la cual aquellos que no entran en esa selección, se ven forzados a hacer uso de sus escasos ingresos para comprar materiales en el mercado negro y llevar a cabo reparaciones básicas en sus viviendas. Mientras pasábamos al lado de la Estación Central de Ferrocarriles, observamos una pelea a gritos entre un grupo de personas que, al parecer, habían estado esperando por la guagua hacía ya varias horas, pero, desafortunadamente, no tenía capacidad para llevarlos a todos (guagua se le llama al transporte colectivo). Esta debió haber sido un Skoda Octavia de los años 70’s, conservada en perfectas condiciones, al igual que la mayoría de los automóviles que transitan por las calles de la antigua ciudad. Los automóviles antiguos, aunado a la arquitectura doméstica y urbanística de la ciudad que consiste en una mezcla de estilo barroco español y neoclásico, con balcones de hierro forjado y cantera, me producían una sensación de retroceso en el tiempo.  La cuestión de los autos en Cuba es interesante ya que antes de 1959, cuando Fidel Castro eliminó por completo el mercado automotriz del país, rodaban en Cuba casi un millón de automóviles de los cuales han sobrevivido solo miles, tal vez cientos. Justo a la vuelta de la estación de ferrocarriles, se encuentra la casa, ahora museo, donde nació y creció el héroe de los cubanos, José Martí, creador del Partido Revolucionario de Cuba y organizador de la Guerra de 1895, la última guerra de independencia en contra del dominio español. Además de político, Martí fue periodista, escritor, filósofo y poeta, por lo que es una figura importante en la literatura latinoamericana. Una de sus frases que recuerdo muy bien, pues la leía todos los días ya que estaba impresa cerca del hostal, fue: “De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace, ganémosla a pensamiento.” Gran consejo para mis batallas, Señor Martí. Continuamos el tour por un par de horas, pasando por la Iglesia de San Francisco de Paula, La Catedral de la Virgen María, La Plaza Vieja y un sinfín de callejones adornados con murales coloridos, desde arte naturaleza, hasta los de estilo grafitero, que le dan un contraste moderno al misterio que guardan los restos dispersos de aquella muralla que protegió las riquezas de la corona durante ciento veintitrés años, desde 1698, año en que fue terminada su construcción. Me hubiera gustado poder pasar más tiempo en la capital de la Republica, pero nuestro trabajo de traducción estaba programado para llevarse a cabo en Matanzas, capital de la provincia de San Carlos y San Severino de Matanzas, ubicada a 105 kilómetros (65 millas) al este de La Habana. Así que, el lunes por la mañana, viajamos en esa dirección. Por alguna razón desconocida, este año, la Universidad no entregó a Shasta, la mascota de peluche que suele acompañar, cada verano, a los grupos de estudios en el extranjero. Por suerte, Ariel, nuestro chofer de largas distancias, traía colgando en su autobús un peluche algo parecido a un puma (mascota representativa de la Universidad de Houston), solo que este era un león, mismo que Ariel nos prestó por el resto del viaje para incluirlo en nuestras aventuras, y al cual bautizamos como “El Shasta Cubano”.
La llegada a Matanzas no fue nada espectacular. La magia, en sí, comenzó solo minutos más tarde, justo a nuestra llegada a Ediciones Vigía, y siguió manifestándose durante los calurosos días y las emocionantes noches que daban la vuelta al calendario a cuenta gotas, mientras yo aprendía y asimilaba, reflexionando, los cambios que ocurrían dentro de un profundo viaje que simultáneamente transcurría en el interior de mí, hasta entonces, dormido ser. Ahí nos esperaban tres de los doce escritores y cuatro de nuestros guías,



 con quienes más adelante compartiríamos experiencias divertidas, posibles gracias al intercambio cultural. Pronto se convertirían en amigos, a quienes día con día se unían más verdaderos personajes, de quienes aprenderíamos tanto, como ellos de nosotros, por medio de experiencias que solo la autenticidad del ser genuino, viviendo su momento y propio espacio, pueden transmitir de un ser a otro. 

Mis mañanas comenzaban tempanito, unas veces disfrutando del amanecer en la azotea de la casona colonial en la que me hospedaba, mejor conocida como el Hostal Alma, mientras leía capítulos de “El Síndrome De Ulises”, un libro realmente fascinante que me obsequio mí, ahora buen amigo, Brian Pablo Lleonart, joven escritor y periodista, con quien tuve la oportunidad de convivir y trabajar cuatro intensas horas diarias que dedicábamos a la traducción de cuentos breves durante la primera semana de clases en Ediciones Matanzas, la editorial más antigua de la provincia. Otras veces solo tenía justo el tiempo de llegar a desayunar lo que la simpática Dayné preparaba para nosotros con tanto esmero: fruta fresca de temporada, acompañada de jugo de mango, papaya, piña o guayaba, seguido por huevos al gusto, panecito tostado con mermelada de fresa y de postre matutino, una galleta azucarada. Por supuesto no podía faltar el dulce cafecito cubano, unas veces negro y otras cortadito, como le llaman al café con leche. Era inevitable pensar: qué vida la que se vive en los hostales de esta ciudad; muy diferente a la realidad a la que despiertan tantos de nuestros vecinos. A veces solo un café era suficiente para meditar al respecto, mientras observaba las parvadas de pájaros que regresaban de sus nidos hacia la Plaza de la Libertad.
No había minuto del día que se prestara a la aburrición. Gracias a la detallada planeación del programa que la Doctora Mabel Cuesta y la simpatiquísima Naysi Romero prepararon para nosotros, no transcurría un día sin disfrutar de una experiencia enriquecedora. Después de clase salíamos a conocer los tesoros que hacen de Matanzas una ciudad única en el mundo. Entre estos se encuentran la Botica Francesa de los Triolet, mejor conocida como Museo Farmacéutico, que data desde 1882. En esta se encuentran auténticos contenedores con remedios originales, vitroleros llenos de medicamentos formulados por el Dr. Ernesto Triolet, documentados para la historia en un libro antiguo que contiene alrededor de ciento cincuenta formulas, así como decenas de botellas con elixires traídos de todo el mundo, que permanecen intactos desde el último día que estuvo en funcionamiento, antes de ser expropiada en 1964; El Cerro y La Ermita de Monserrate con una espectacular vista panorámica hacia el Valle de Yumurí, lugar que se dice, llenaba de inspiración al mismo Federico García Lorca; el Museo de la Ruta del Esclavo, instalado en el Castillo de San Severino, la construcción más antigua del estado que cuenta con salas de exposiciones en las que se muestran piezas arqueológicas pertenecientes a un largo periodo de tráfico de esclavos, lo llamo tráfico porque independientemente de los convenios legales que existían en aquel entonces, a la comercialización de almas no se le puede llamar de otra manera. Dentro del museo se encuentra también una sala dedicada a los Orishas, deidades africanas a quienes se les siguen rindiendo honores y ceremonias hasta la fecha.



La penúltima noche que pasamos en esta ciudad mística, asistimos a una ceremonia Yoruba. Sin sospecharlo, esta sería la noche en la que mi propio curso daría un giro inesperado. No iba con ninguna expectativa, para ese entonces, comenzaba a extrañar a los míos y a pensar en mi regreso a casa. Creo que se debía a nostalgia causada por sucesos no relacionados a esta historia, acontecidos días atrás. Después de todo y a pesar de lo bien que la estaba pasando, el equipaje sentimental que había atrapado en mis maletas comenzaba a escaparse sigilosamente. No sé con precisión que fue lo que sucedió ahí, desde mi entrada en el templo me reencontré con la harmonía y el equilibrio que hacía unos años había dejado escapar. Bailando al ritmo de los batás sagrados, con cada melodía y cada canto, crecía la paz interna que termino por romper todas mis dudas. Salí de ahí siendo uno con el uno, siendo todo. Quería estar a solas, así que caminé rápido hasta llegar a mi habitación y comencé a escribir hasta que me acogió un apacible sueño. A la mañana siguiente desperté rebosante de energía, me sentía diferente. Recuerdo que iba cantando camino a Plaza de La Vigía. Para ese entonces, habíamos estado trabajando ya por varios días desde las instalaciones de Ediciones Vigía, traduciendo ahora cuentos escritos por el dramaturgo Ulises Rodríguez Febles, con quién fue muy agradable convivir y establecer una amistad que ha dado pie a una colaboración a distancia que estamos por comenzar en los próximos días.  


Por el momento es todo lo que tengo que contar. Sigo trabajando en esta crónica que al parecer tiene aspecto de novela. Lo que sí puedo compartir contigo, es que la inspiración por escribir no ha disminuido. Sigo escribiendo a cualquier hora del día o de la noche, cuando llega algo especial.

Sunday, August 12, 2018

Cuba is unforgettable by Paola Serrano


Cuba is unforgettable, not only because of its natural beauty and culture, but because of its poverty. During my time in Cuba, I noticed some drastic differences between the social life in the United States and Cuba. The people of Cuba are extremely outgoing. They talk to everyone! People actually go to parks or the town center to socialize. It’s beautiful to see a country that isn’t polluted by technology. When I first got to Cuba, I thought of how bad the airport terminal was. I was unsure if I had made the right decision by going on this study abroad. The heat was intolerable, I thought I could handle it because of our Houston heat but Cuban heat doesn’t compare. As we made it La Habana, I observed the city for what it was, a torn down mark of history. I was impressed by the architecture but it’s a shame that the buildings haven’t all been preserved the way they deserve. Also, I finally got to see those famous American cars that were left behind. I loved seeing those cars everywhere, it’s as if I was in another world. La Habana is a historical city but I was much more impressed by Matanzas. We stayed in colonial homes with real Cuban families. They made me feel right at home not just because of their hospitality but because of their delicious cooking. I enjoyed going to the translation workshop everyday and sharing ideas with the people around me. The writers’ speeches gave me insight as to what it is to live in a country with limited resources and how their writing is an expression of their inner struggles. I learned something new everyday. We went to Varadero and it wasn’t at all like the Cuba I had known for the past week. It was very rich and full of tourists. I couldn’t believe it. The beach was absolutely gorgeous. I fell in love with Varadero. It’s a weekend that I will always remember. I wish we could’ve stayed there longer but duty called upon us to return to Matanzas. Once we arrived, we continued to work on our translations like we had previously done so. I thought it would be a regular week just like the last one but I experienced a moment that I’ll never forget. I had brought donations from home, clothes for a young girl. I donated it to the daughter of one of the writers and I talked with her mom about life in Cuba. She shared with me the good and bad about her beloved country, it was hard to hold back the tears. It was a nice talk, one that I can never un-hear. I’ll never forget the valuable lesson that I learned in that tiny, beautiful island. It’s hard to come back home to my life and live on knowing that there are people elsewhere living in extreme conditions, people that I actually met. It still is. Cuba wasn’t just two weeks. I know that now. It’s forever. “


Agua de isla por Mauricio Patrón Rivera

Llegué con prisa. Aventé mis cosas en la cama de una habitación obscura y climatizada. Los resortes rechinaron con el peso de la maleta, pero no los escuché porque ya estaba cerrando la puerta para salir a La Habana Vieja. Fui a la calle Obispo y empecé a recordar como era siete años atrás, cuando conocí la isla por primera vez, cuando las dos monedas –El peso cubano y el cubano convertible– aún estaban muy lejos la una de la otra, separando el mundo del turismo del mundo de los habaneros de a pie. 
Ahora la distancia sigue siendo grande, pero me parece que ha disminuido en mis recuerdos. Esquivo a la gente, me detengo por un filete de puerco y cruzo la Plaza de Armas hasta el malecón, esa entrada uterina entre el estrecho de Florida y la bahía de La Habana. El ritmo de la ciudad se calma y el mío con él. Es el inicio de quince días en la más grande de las Antillas mayores.
El síndrome de la isla me da la bienvenida, se me angostan los límites y me encuentro con agua si tan solo me agito o si salgo corriendo. No se donde acaba mi tierra y empieza mi agua, donde está mi arena y cómo la moldean las olas. Aunque sé que tengo el síndrome, debo comportarme. Viajo con un grupo de 13 personas y tengo que aparentar normalidad.
Para entonces ya es el tercer día en Cuba. Hemos dejado La Habana en una camioneta hermosa, tal vez es noventera, nuestra pequeña multitud se acomoda –Ariel, nuestro conductor; detrás, filas de dos personas, un pasillo y un asiento más–, y los que venimos al final en un asiento corrido disfrutamos el aire, temerosos de que en un enfrenón se nos vengan el equipaje encima. Esas maletas se tambalean al fondo de la van, guardando lo más preciado de nuestra extranjería, nuestras pertenencias de ultramar. 
La camioneta se detiene y bajamos en el mirador de Bacunayagua, para observar por un momento el valle de Yumurí y el futuro de nuestro viaje: Matanzas. 
La ruptura con la norma fue helada, deliciosamente fresca.  En la calle Santa Teresa, en el barrio de la Marina, en la casa de Yanira Marimón –una de las escritoras a las que tenemos que traducir– me agito y me empapo, me aviento a un manantial y se me olvida de dónde vengo. Por los siguientes días seré de ahí, sí me preguntan diré que vengo del Pon Pon, un ojo de agua que está a unas cuadras de ese manantial, solo para despistar. Si se me ponen serios diré la verdad, que soy de México, pero que vengo de Houston, que estoy en el Hostal Alma a un paso de la plaza de la libertad, que venimos a traducir. 
El grupo entero estamos aquí siguiendo un pacto de complicad con la escritora matancera Mabel Cuesta, que nos abre las puertas a la Atenas de Cuba, su única posible casa. No sé si soy yo pero creo que también otras del grupo están haciendo aguas, Matanzas se nos mete por sus ríos, el San Juan y el Yumurí, por la mirada, por sus escritoras, sus editores, sus traductores; por sus peñas, su música, el calor y la humedad que nos regresa el sudor, esa agua bailada. 
Estamos aquí para traducir cuentos de los escritores matanceros contemporáneos, pasamos días y días frente a palabras clave, frente a relatos ficticios o anclados a esta geografía caribeña. Buscamos la palabra adecuada para serle fiel a Cuba en otro idioma.
Esa búsqueda nos lleva a la editorial Matanzas, a la editorial Vigía, al Museo de Artes, a la Ermita de Montserrat, al castillo de San Severino, a un rancho en San Juan y hasta las cuevas de Bellamar, pero las palabras se nos siguen escapando, porque aprendemos nuevos y mejores tonos y frases de Elizabeth y Héctor, Adrián y Alejandro, de Dali, Lorena y Jean, Guillermo, Luis Enrique, Leo, Brian Pablo, Cecilia...[*] la juventud efervescente que agita a la ciudad y a nosotros, y cae la noche y seguimos buscando las palabras adecuadas. 
Traducir las mañanas en las noches, y los días en las semanas. Creo que traducir es darle continuidad y tiempo nuevo a un texto en otro idioma. Con mi compañera Fabiola estamos trabajando en dos cuentos, y me da la sensación que entre una frase y su traducción al inglés se trata de establecer una relación y tensarla, hacer ver el espacio que hay entre un idioma y otro. Ese espacio en el que se entremete la cultura. Ese espacio en el que se degrada la luz del día.
El sol se esfuma lento en las colinas y de cara a la bahía. Caminamos desde la Plaza de la Vigía, donde Matanzas nació a finales del siglo XVII, hacia el otro lado del Río San Juan, hasta llegar a la casa templo dedicada a San Lázaro, Babalú-Ayé. Comienza el tan tan de los tambores en nombre de ese Orisha que nos marca los pasos hacia la fiesta, soy otro perro callejero siguiendo su camino, podría ser un miércoles o un viernes, y todos bailamos intentando acompasarnos al ritual. En muestra de respeto, y esperando que me ayude a hacer una mejor traducción, le doy lo más valioso que llevo: una estampita de Emiliano Zapata, un indígena náhuatl revolucionario que defendió la tierra en México a principios del siglo XX. 
Al salir tenemos mucha energía, le hemos dado todo a esta ciudad que no deja de abrazarnos y de ofrecerse en su riqueza. Antes de seguir bailando quiero detenerme en el parque a un lado de la catedral para pedir consejo a José Jacinto Milanés, ¿Quién mejor que él, el gran poeta romántico de la ciudad, para ayudarme a traducir las historias matanceras? ¿Cómo responderle a la realidad con el mismo absurdo delirio con el que nos ataca?, diría el narrador Derbys Domínguez a quién también estamos traduciendo. 
Reggaetón y salsa, vueltas y movimientos pélvicos, ron y cerveza, caderas y talones arriba. El diseño en la ropa entallada, los cortes de cabello y los bits… la noche es pura vida en la Plaza del Mercado, se respira rápido y de cerca, nos falla un paso y estallamos de la risa, jalamos aire y tabaco mientras vemos bailar a quienes lo hacen mil veces mejor que nosotros, hay una sensualidad evanescente, el compromiso solo está en los pasos, la excitación en el instante.
Alrededor pareciera estar todo Matanzas, la noche es un patio de recreo, familias enteras, piquetes de amigos y amigas, jovencitos y mayores, puestos ambulantes con cocteles, comida o dulces, al centro el baile y en las orillas, en cada jardinera, están quienes prefieren sentarse para aprovechar estás plazas públicas en donde hay internet. 
Cerca del escenario, en el que un DJ va mezclando lo mejor del reggaetón y una enorme pantalla detrás suyo va tirando coreografías videocliperas, la gente se hace hacia los lados, y resplandecen dos niñas pequeñas, quizás 8 y 10 años, bailando con cada músculo libre e independiente, una simetría de manos, antebrazos, brazos, espalda, piernas y rodillas. Varios nos quedamos boquiabiertos, pero al parecer en este punto del mapa es muy normal moverse genial desde que uno es pequeño, y que viva la música
Cuando las bocinas se apagan nos encaminamos a la plaza de la libertad para beber un último ron a los pies de José Martí, comprado en la casa de Lola, una vendedora clandestina especializada en los seres de la noche. 
Luego de ver el fondo de la botella, a esas horas de la madrugada, me voy al puente sobre el río Yumurí buscando el agua y pensando en la traducción, cómo hacer que las letras en inglés sigan sonando cubanas. Son las 4 de la mañana y para no ir solo despierto a Sara que empijamada me acompaña. Vamos a esa hora porque nos han dicho que antes del amanecer se junta una bruma tan densa que no es posible ver hacia ningún lado, que se entra como a un sueño donde no hay riberas, ni puente, ni río, ni cielo, tampoco noche o amanecer. Queremos ser agua condensada, pero una nube de mosquitos nos ataca y salimos corriendo. 
Días atrás en el mismo puente fui a leer a Roque Dalton, en espera de conectar mejor con la historia de Luis Marimón, el padre de la escritora Yanira Marimón, que es arrestado por tener en el bolsillo unos dólares americanos, dinero del enemigo. Ese mismo día, por la tarde, compré tres historias de Ray Bradbury, para acercarme a una traducción cubana de ciencia ficción y entender mejor el cuento de Raúl Piad, una noche de trabajo de unos mafiosos cubanos en un futuro cyberpunk. Los días en Matanzas, en Cuba, se acaban sin lograr traducir la isla. 
Tal vez no se puede traducir esta ciudad y a sus sorprendentes escritores, tal vez tampoco se puede traducir los días vividos en un relato, pero se puede dar cuenta de que se intentó. No me quiero ir, pero el tiempo se agota, la presentación de las traducciones será pronto, esta tarde, pero desvío mi camino una vez más hacia el manantial. 
Es una barda común y corriente en el barrio de la Marina la que resguarda ese lugar. En otros tiempos eran unos baños curativos que le pertenecían a americanos, luego de la revolución el lugar fue expropiado y se cayó a pedazos, y en el terreno la familia Marimón construyó su casa. Entro acalorado saludando a Miriam, la madre de Yanira. Vienen también Luis y Sara, dejamos nuestras mochilas y camisetas en la barda y nos arrojamos en el agua viva, a ver si entre peces resolvemos las palabras. 



[*] El grupo de estudiantes de la Universidad de Houston nos hicimos amigos de los escritores y escritoras que traducíamos y en especial del equipo de diseñadores y editores de Ediciones Vigía, ellas y ellos nos enseñaron la ciudad, sus fiestas, nos arroparon con un cariño veloz.